Que estúpido soy cada
vez que me pongo a ver televisión y no la veo a ella, con sus piernas
aceitadas, abiertas de par en par, llamando de a poquito. A veces me aburre, a
veces no la soporto y no me importa estarle pagando la hora, ella es adorno a
toda la existencia; en un incendio la salvaría a ella sobre mi copia de El
jardín de las delicias. Entre ver una orgía medieval y verla sucumbir ante sus
instintos… verla sucumbir ante mí y mi pago.
Me gusta llamarla como yo
quiera cada vez que nos vemos, ayer le dije Liz, el sábado le dije magic
hands, y así, seguirá siendo mía, sin importar cuantos nombres le ponga;
porque yo le pago.
Ella ve como camino por
el barrio y me saludan desde las ventanas todas las morenas del callejón
quince, como se voltean la panadera y la profesora que me daba Inglés. Todas.
Ella sabe que es especial porque solo a ella le pago.
Fuente |
Tiene el cabello
diferente cada mes, me cuenta que le pegan arranques; le digo que se deje de
estupideces, que para estupideces en la vida estoy yo. Le digo que cuando se
sienta mal, me llame, aunque a veces no le atienda, siempre le voy a pagar. Si
abre frente a mí su boca y su pecho, entonces se gana todo lo que quiera de mí.
Saco de donde no tengo y le doy todo lo que se merece y lo que no también,
porque le gusta que le pague.
No te preocupes querida
que en fin, “no hay nada nuevo, ni más antiguo que el sol; son dos pibes haciendo
el amor”. Sonríe como Lolita cuando Humbert le compraba bananas en el Seven
Eleven de turno. ¡Como sonríes, querida! ven, atiende el teléfono, móntate en
el Ford, agarra la intersección, que te quiero pagar.
Me da miedo a veces, a
veces que no hace mucho más que mirarme y en seguida mis manos buscan
pagarle. Porque es ella a quien elegí para pagarle a diario. No te dejaré
de pagar, sin importar en que idioma se me atraviese tu terqueza, porque sé que
mi estupidez te sabe a mierda; porque
sé que te amo, que te amo y te pago cuando me venga en gana; porque sé que me
amas, tú, muy terca y torpe, me amas.
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